Al cerrar los ojos para orar o meditar, todo se aquieta. El simple hecho de cerrar los ojos abre mi corazón a Dios. A medida que mi corazón se abre, disfruto del amor, compasión y consuelo profundo.
No necesito buscar a alguien o algo para sentir consuelo. Lo único que tengo que hacer es recordar mi unidad con Dios y con la naturaleza siempre presente de su amor. Recuerda que el Espíritu Santo es el consolador que Dios envió a la tierra para ayudarnos en las aflicciones.
Deja ir toda preocupación, consciente de que la mejor respuesta será evidente para ti. Deja ir toda inseguridad y duda. Al sentir el amor de Dios, sé que todo está bien. Estoy a salvo y plenamente protegido. Cada día tomo tiempo para aquietarme y orar. En el silencio, siento el consuelo de un amor infalible.
En Salmos 107:30 dice
"Luego se alegran, porque se apaciguaron, y así los guía al puerto que deseaban"
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