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jueves, 10 de junio de 2010

LLORAR HACE BIEN

Cuando sienta el mayor dolor y su alma esté afligida, entre a su lugar secreto, cierre la puerta y llore toda su desesperanza.

En la Biblia vemos que Jesús lloró. Pedro lloró y ¡amargamente! Pedro llevó consigo el dolor de negar al mismo hijo de Dios. Aquellas lágrimas amargas obraron en él un dulce milagro. Pronto él se convertiría en el líder de la iglesia primitiva y sacudiría el reino de Satanás.

Cristo nunca aleja su mirada de un corazón que llora. Él dijo: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17). Jamás dirá el Señor: “¡Guarda la compostura! ¡Ponte de pie y toma tu medicina! ¡Cálmate y seca tus lágrimas!”. ¡No! Jesús guarda toda lágrima en su frasco eterno.

¿Le duele? Entonces adelante ¡llore! Y siga llorando hasta que sus lágrimas dejen de correr. Pero que dichas lágrimas sólo provengan del dolor, Y NO DE LA INCREDULIDAD NI DE LA AUTOCOMPASIÓN.

Dios le ama y quiere lo mejor para usted. Llorar es una forma de descargar el alma. Luego, mediante su relación con Jesús, vuelva a llenarla pero de la presencia de su Espíritu Santo.

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