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jueves, 14 de octubre de 2010

Llenos de alegría

Lo has bendecido para siempre; lo llenaste de alegría con tu presencia. 
Salmo 21:6

De niños, quizás hayas aprendido que debías ganarte todos los regalos de tus seres queridos o beneficiarte con la bondad de tus padres. En la escuela, los premios eran otorgados por un logro especial: buen comportamiento, aplicación, responsabilidad. En el trabajo, los ascensos son dados a los que más se esfuerzan y alcanzan exitosamente sus objetivos.

Así mismo, puede que también hayas creído que Dios recompensa sólo a quienes hacen un esfuerzo extra. Este pensamiento no es correcto. La gracia de Dios está disponible para todos los seres humanos. Esa gracia me enseña que soy amado en el lugar donde estoy parado, sin importar lo que haya hecho o no.

No tengo que ganarme el amor de Dios. Él es el Padre y nos amó tanto a nosotros que envió a su Hijo Jesucristo para dar su vida a cambio de nuestra salvación. Lo único que Dios demanda es una decisión: aceptar ese sacrificio de Jesús e invitarle a Cristo a que entre a nuestros corazones. Nada de lo que podamos hacer puede anular el perdón que Dios trajo a la humanidad a través de Jesús en la cruz.

Esa presencia de Dios es la que nos llena, nos completa, nos transforma, nos hace revosar en gozo y nos bendice abundantemente. Esta es la mejor recompensa que podemos aspirar: la gracia de Dios manifestada en nuestras vidas.

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